Surgiendo esta figura de la mitología griega, aparecerá en la romana, y después será adoptada por las tradiciones cristiana y judías. De las sibilas se empieza a hablar a partir de finales del siglo VI a. C., aunque no es hasta Plutarco cuando se hace hincapié en su figura (siglo I d. C. aproximadamente). Hasta ese momento la figura más similar era la de Casandra, mencionada por Píndaro y Esquilo, en la que ya vemos varias de las características que van a ser comunes a los posteriores mitos de la Sibila. El primer autor griego, del que tenemos referencias, que hable de la sibila es Heráclito (Siglo V a. C.)
Las sibilas eran vírgenes y generalmente de avanzada edad. Conocemos la existencia de unas 12 sibilas en la época griega, la más famosa de las cuales fue la de Cumas, inmortalizada por Virgilio en las páginas de la Eneida. Según la tradición, las sibilas vivían en formaciones rocosas, en grutas, y las profecías que emitían, las hacían en estado de trance y en verso. Como dato curioso, se atribuye a la Sibila Herófila el hecho de haber profetizado la guerra de Troya. Tuvieron una cierta importancia social y política, tanto en Grecia como en Roma.
Una de las cosas que resultan más interesantes sobre las primeras apariciones del mito de la sibila, es el porqué del auge de esta figura en un determinado momento de la historia. Existen teorías, que nos dicen que mientras el Estado permanece aún en un período embrionario, prepondera la mujer como madre, ganando fuerza su figura en el mundo de la cultura. De esta manera se erigiría la mujer como protectora de las futuras generaciones. Las mujeres, representaban ese tópico griego que nos habla del justo medio, la sofrosine, y es por ello que la figura de una mujer con dones proféticos pudo llegar a tener un papel importante en la cultura de esa sociedad, en la que aunque existía un sentimiento de unión helénico, no existía una estructura de estado unitario.
En segundo lugar, habría que hablar sobre el desembarco de esta figura en el culto cristiano medieval. La raíz, la encontramos en las representaciones iconográficas sobre el Juicio Final, que servían a la Iglesia para aleccionar al pueblo, encontrando en el Apocalipsis la clave para justificar todo cuanto de negativo ocurría en el mundo. Pero esta representación conllevaba una complejidad técnica alta, y por lo tanto, hubo de buscarse una pieza de menor envergadura y requerimientos técnicos, que no aparecería hasta el siglo XIII, que es el Canto de la Sibila. En este canto, se nos presenta a una profetisa, que anuncia el nacimiento de Jesucristo, pero que cae en el error de creer que será ella misma la elegida por dios para parir al niño, lo que llevará a que dios la castigue por su soberbia.
El posible origen del Canto de la Sibila, podemos encontrarlo en el Ordo Prophetarum, drama litúrgico constituido por un nutrido desfile de profetas al que ponía cierre la presencia de la Sibila. Todos los personajes intervenían con breves parlamentos, excepto la Sibila que desarrollaba un texto largo, que comenzaba Judicii signum tellus sudore madescet (“Se empapará la tierra de sudor y será señal del juicio”), texto éste, que conecta con el deseo de la Iglesia de la época de aleccionar sobre el juicio final, manteniendo a los fieles alerta, con la orden de ser piadosos bajo la amenaza del infierno eterno. Muchos autores, sostienen que de este drama de los profetas, se desgajó el canto de la Sibila, pasando a convertirse en un monólogo dramático.
Éste, se incorporó al oficio de maitines del día de Navidad, pasando a conformar una de las representaciones de teatro litúrgico representativas del ciclo de Navidad. El primer testimonio que tenemos de este canto (letra y música) se encontró en un manuscrito de alrededor del s. X d. C. procedente del monasterio de San Marcial de Limoges. Dentro de este ciclo, el Canto de la Sibila fue una de las dramatizaciones medievales que más arraigaron en la Península y, sobre todo, en Cataluña, desde donde llegó a Mallorca. En algunas catedrales, como León, la Sibila era introducida a caballo, ejemplo éste que nos sirve para ilustrar la variedad que existía en sus representaciones, y por consiguiente, la aceptación que tenían en la sociedad de la época. Este canto, se representó por toda la península, con más o menos continuidad, hasta las prohibiciones surgidas del Concilio de Trento. Después de estas prohibiciones, el Canto de la Sibila sólo sobrevivió, por su gran popularidad, en Mallorca y Alguer, manteniendo esas tradiciones hasta hoy día.
De todo el conjunto de sibilas cantadas en catalán, la más evolucionada es la de la Catedral de Mallorca, que pervive en la actualidad; al caer la noche del 22 de diciembre, varios monaguillos portando velas encendidas preceden hasta el púlpito a un niño vestido de mujer (tradicionalmente, aunque desde el Concilio Vaticano II se han generalizado las mujeres) con túnica, gorro, capa de seda y una espada en la mano, que canta a capella terribles versos (“Un gran fuego bajará del cielo;/mares, fuentes, ríos, todo se quemará…”) con música de órgano entre estrofa y estrofa. Sólo las últimas rimas muestran algo de optimismo ante el nacimiento del Mesías. Este rito, ha sido declarado recientemente Patrimonio Inmaterial de la UNESCO.
http://www.youtube.com/watch?v=5BniECJ7GC0
Tras esta visión histórica sobre la figura de la Sibila, vemos que se quedan muchas cosas en el tintero, pero dada la extensión limitada de esta exposición, he considerado más interesante centrarme en el origen del mito de la sibila y en su relevancia y presencia en el teatro litúrgico medieval español. Habría sido interesante poder abundar en la forma del canto de la Sibila, su estructura interna, y sus versos aterradores que, a pesar de hablar de nacimiento de Jesús, nos hablan de su segunda venida, el Apocalipsis. Por otro lado, resulta también muy interesante el Auto de la sibila Casandra, del autor renacentista portugués Gil Vicente, obra en la que se humaniza esta figura, y en la que Casandra se arrepiente de su soberbia, y acaba siendo perdonada.
Ignacio Pérez León, 2ºA
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