En un primer acercamiento al contexto histórico de la época, se deduce que el cristianismo fue el motor de arranque del teatro. También es cierto que fue este dogma el que más uso hizo de las representaciones teatrales. La inclusión de las formas teatrales dentro de la propia liturgia, no era más que un método comercial para atraer y consolidar a los fieles dentro del rebaño cristiano. Esta nueva configuración de la ceremonia religiosa fomentaba la comprensión y devoción del pueblo e incentivaba la práctica cristiana de los seguidores que desconocían el propio lenguaje de la liturgia: el latín. A modo de señuelo, la iglesia había encontrado la manera de seducir a la sociedad medieval y atraerla hacia sí. De ahí surgirían esas primeras formas teatrales a partir de los tropos, melodías ampliadas hasta crear pequeñas escenas dialogadas, como el Quem quaeritis in Sepulcro. Un gran montaje “teatral” (con toda la ironía que pueda deducirse de la palabra), en el que los propios sacerdotes y miembros de la corporación representaban papeles.
Con la consolidación de estas liturgias, a las que se añadían dichas representaciones, los fieles se entusiasmaron y cada vez demandaban más teatro. De ahí, surgieron las primeras representaciones sobre acontecimientos cotidianos, no tan ligados ya a la propia religión (por ejemplo, la venta de ungüentos a las tres Marías). Los clérigos veían los réditos de estas incorporaciones nuevas, que se traducían en mayor número de fieles en cada liturgia. Sin embargo, todavía seguíamos hablando de un incipiente teatro medieval en el que aún no intervenían con plenitud todos los componentes de la teatralidad esencial: ni había autores que tuviesen una intencionalidad teatral, ni se daba una clara delimitación con otros géneros.
Con el discurrir del tiempo, este intercambio de dogma con subtítulo teatral, fue ampliándose hasta incorporar elementos grotescos y profanos. Este hecho provocó que los grandes mandatarios de la iglesia pusieran el grito en el cielo y alejaran estas representaciones de la liturgia. Pasando, pues, a desarrollarse a las puertas de la iglesia para que el pueblo las presenciara desde la plaza o la calle.
Se podría pensar que al alejar estas formas teatrales de la ceremonia, también habría disminuido la asistencia de fieles. Probablemente fuese así, pero la lógica nos dice que para entonces, estos feligreses ya habrían incorporado la misa en su subconsciente hasta el punto de que el propio lenguaje en latín ni siquiera les resultaría ya extraño de tanto escucharlo. De esta manera, la religión habría cumplido su cometido, usando el teatro como foco de atención de una sociedad que buscaba maneras de escapar de una doctrina férrea que acaparaba sus vidas. De ahí que aunque no podemos obviar que el origen del teatro fue, sin lugar a dudas, lo religioso. Tampoco podemos obviar que el teatro ya pagó con creces este hecho, como instrumento de propaganda, en manos del clero. Por eso, el teatro fue esa moneda de cambio, que usó la iglesia para beneficio propio. Una moneda de cambio, que pronto pasaría a otro bolsillo, el de la burguesía. Pero para entonces, el teatro ya empezaba a asomarse levemente por los ventanales de la autonomía artística.
CARMEN Mª MORAL PÉREZ
2ºA
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